Comienza la cuenta atrás del Estado de Bienestar

Conocer los orígenes de la solidaridad hace que comprendamos como han evolucionado las diferentes formas de afrontar los problemas sociales. Conocer los errores del pasado nos puede ayudar a superar los del presente y presagiar hacia donde nos dirigimos.

En la Edad Media, la ayuda a los demás se desarrollaba a través de la familia y de las relaciones de buena vecindad. En esta época también existían los gremios, formados por trabajadores que tenían una misma profesión, regidos por unos estatutos u ordenanzas especiales. Los gremios establecían mecanismos de protección a los afiliados ante situaciones de necesidad por medio de cuotas aportadas por los miembros. Sólo tenían derecho a beneficiarse de estas prestaciones sus miembros, que contribuían al mantenimiento del gremio. Es la forma que se conoce como previsión. Pero, en este periodo, debemos destacar especialmente las acciones caritativas, cuyos beneficiarios no eran los miembros de una familia, un feudo o un gremio, sino los excluidos que no estaban sujetos a la protección de los sistemas anteriores. La caridad era ejercida por los ciudadanos dando limosna, los ayuntamientos mediante albergues y casas de misericordia, o las organizaciones religiosas con sus hospitales eclesiásticos.

En la Edad Moderna comienza a tomar cuerpo la beneficencia pública, que a diferencia de la caridad, no es ejercida por la Iglesia o por ciudadanos, el protagonismo principal pasa a ser ocupado por los ayuntamientos. La beneficencia supone una forma de superación de la caridad, ahora bien, no podemos olvidar que la beneficencia está basada en el simple altruismo o generosidad del benefactor, este carácter altruista implica discrecionalidad de la ayuda solicitada, continuando la asistencia sin ser un derecho propio del ciudadano y manteniéndose como una acción graciable. España asume tardíamente la beneficencia y no es hasta 1849 cuando se decreta la Ley General de Beneficencia.

En la Edad Contemporánea aparece la Asistencia Social como segundo sistema de protección social y en la que España se incorpora en el año 1934. Nos encontramos en este momento mayoritariamente una acción benéfico-asistencial, que otorga ayudas puntuales, que se prestan en un momento concreto y, que no tiene efectos duraderos en el tiempo. El desarrollo industrial de la segunda mitad del XIX provoca un agravamiento de la marginación, sobre todo en los cinturones de las grandes ciudades, producto de una industrialización vertiginosa y de una inmigración masiva sin la más mínima planificación. Se produce un crecimiento incontrolado de las urbes. Además de los sistemas públicos, la iniciativa social del movimiento obrero, genera una forma propia de protección social para los trabajadores, basada en el principio de previsión social frente a los riesgos de enfermedad, paro, invalidez, etc. Surgen así los seguros sociales, y con ellos, posteriormente, el Sistema de Seguridad Social. La Seguridad Social de tipo contributivo se sitúa en paralelo a la beneficencia.

El tránsito de una seguridad social para los trabajadores, a una seguridad social para todos los ciudadanos se configura con la consolidación del Estado de Bienestar. Los derechos de seguridad social, es decir, las pensiones, la sanidad, el desempleo, junto a los servicios sociales, el derecho a la educación, la cultura y otros servicios públicos aplicados horizontalmente al conjunto de los ciudadanos y no sólo a los trabajadores, definirán la política de bienestar social como sello de identidad de las democracias europeas más avanzadas.

El Estado de Bienestar que España ha labrado en los últimos 30 años de democracia, se ve fuertemente desafiado por una crisis que pone en tensión la sostenibilidad de sus cuentas públicas y, en última instancia su propia pervivencia. Los ajustes necesarios que impone la reconducción del déficit en un país que camina hacia el envejecimiento, que no garantiza el equilibrio demográfico y con unas tasas de fraude y de paro más propias del tercer mundo abren enormes interrogantes sobre su futuro.

Nuestro país entró en el nuevo siglo con un erario público saneado, con una seguridad social con superávit, en definitiva con una Hacienda Publica en la que sobraba el dinero, y por tanto se comenzó una nueva etapa en lo que a políticas sociales se refiere. Se han promulgado leyes importantísimas y modernas como la Ley de Igualdad, la Ley de Conciliación de la vida laboral con la familiar, la Ley de Dependencia, leyes contra la Violencia de Género, entre otras. Nuestro Jefe del Ejecutivo llegó a decir en 2007 que la economía española se encontraba en la Champions League, y eran finales de 2008 y continuaba sin reconocer la etapa crítica de crisis sin precedentes en la que había entrado España junto a otros países, crisis que tiene su origen en el fracaso de una economía financiera globalizada

Estas leyes eran aplaudidas por todos, unas por la necesidad de equilibrar el crecimiento demográfico, otras para incentivar, más si cabe, el consumo y otras porque una sociedad moderna en pleno siglo XXI las pedían a voces. Pero pronto las políticas erráticas que se llevaron a cabo, políticas en las que para los gobernantes todo el mundo era igual, sin tenerse en cuenta las cargas familiares ni las rentas, en definitiva daba lo mismo estar en el umbral de la pobreza que ser multimillonario, se repartieron 400 euros anuales durante los ejercicios 2008 y 2009 a todos los contribuyentes. Se concedieron cheques bebé por importe de 2500 euros para todo tipo de familia. Esto junto a otras políticas en las que no han existido control alguno, como es el caso del turismo hospitalario, que nos ha costado 2.000 millones de euros anuales lograron vaciar las arcas del Tesoro Público.

Como dijo Charles Dickens, la diferencia entre la felicidad y la miseria reside en no gastar sistemáticamente más de lo que se ingresa, y eso es lo que ha sucedido.

Este mismo año, el Gobierno de la Nación ha puesto en marcha un paquete de medidas para paliar el déficit, medidas que a nuestro entender son erróneas y provocarán una caida del consumo, más paro, y por tanto más pobreza. Desde la UGT pedimos al Gobierno que cambie el rumbo, que garantice el Estado de Bienestar que con tanto trabajo y dificultades hemos logrado alcanzar, y para ello se han elevado diferentes propuestas.